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Ser optimista... ¿vale la pena?
Hola, 👋
Mientras estoy sentado en mi escritorio, navegando por mi feed de Twitter, un titular llama mi atención: «La bolsa se derrumba a medida que la crisis económica se profundiza».
Mi corazón se sobresalta mientras hago clic en el titular, esperando leer sobre el último desastre que ha golpeado al mundo. Pero cuando comienzo a leer, algo extraño sucede.
El artículo no está lleno de pesimismo y desesperación. En su lugar, habla sobre cómo, a pesar de los desafíos que enfrentamos, la humanidad sigue progresando. Habla sobre la energía de fusión y la inteligencia artificial de última generación y cómo ambos avances recientes pueden transformar la historia de la humanidad en las próximas décadas.
En ese momento, no puedo evitar pensar en las palabras de Morgan Housel. La diferencia entre un optimista y un pesimista no es cuestión de esencia, sino de marco temporal.
Es fácil enfocarse en los problemas de hoy, pero generación tras generación aumenta la esperanza de vida y se reducen la pobreza y la mortalidad infantil en el mundo.
El 2022 ha sido un año difícil, eso seguro. Y, lo que es peor, con las tensiones geopolíticas en aumento, la inflación desatada y las tasas de interés creciendo a una velocidad nunca vista, la recesión parece casi inevitable en 2023. Y los medios (y algunos agoreros en Twitter) adoran enfocarse en eso. Porque vende.
Pero no es solo la prensa la que alimenta nuestro sesgo negativo. Nuestros propios cerebros están diseñados para enfocarse en peligros y amenazas potenciales. Están diseñados para prestar más atención y recordar las experiencias y los estímulos negativos de manera más vívida que los positivos.
Se cree que el sesgo negativo es una adaptación evolutiva que ayudó a nuestros ancestros a sobrevivir en un mundo peligroso alertándonos sobre posibles amenazas y ayudándonos a evitarlas. En el mundo moderno, ese sesgo nos lleva a enfocarnos más en los riesgos y peligros potenciales en lugar de pensar en las recompensas o beneficios potenciales.
El problema es que los leones ya no amenazan nuestra vida a la vuelta de cada esquina. Y por mucha cuánta atención reciban las malas noticias, los riesgos y peligros, el pesimismo no nos lleva a nada.
Como señala Josh Brown, el número de perma-bears millonarios (inversores que siempre esperan que el mercado se hunda) en la lista Forbes 400 es cercano a cero. Igual que el número de pesimistas que dirigen empresas de la lista Fortune 500. Quienes se centran en lo negativo, a menudo pierden la oportunidad de aprovechar las cosas positivas que el cambio siempre trae consigo.
Cierro mi portátil en esta tranquila mañana de Navidad, tomo la taza de chocolate caliente que me acompaña mientras espero a que mis hijas se despierten ilusionadas al encontrar el árbol lleno de regalos. Y aprovecho estos pocos segundos de tranquilidad para reflexionar sobre los avances que hemos visto en las últimas semanas. Y cuando lo hago no puedo evitar sentirme lleno de esperanza e ilusionado por el futuro.
Puede que no siempre sea fácil verlo, pero con más frecuencia de la que parece, el mañana siempre es mejor que el ayer para aquellos que lo esperan con optimismo. El optimismo con el que un cristiano espera el nacimiento de Jesús, su salvador. La ilusión con la que un niño espera encontrar los regalos bajo del árbol la mañana de Navidad. Esta mañana. Estos regalos. Este árbol.
Ser optimista no siempre es fácil, pero SIEMPRE vale la pena.
¡Feliz Navidad!